miércoles, 21 de enero de 2009

LIDIANDO CON PERSONAS DIFÍCILES

Mg. Carmen Consuelo Jaramillo Carrión
Psicóloga clínica – Universidad John F. Kennedy. Buenos Aires, Argentina.




La vida no es fácil. Los dichos populares se encargan de recordárnoslo siempre que nos topamos, entre otras cosas, con personas que nos hacen la vida realmente difícil. Así tenemos: “Yerba mala nunca muere”, “de todo hay en la Viña del Señor”, “en todos lados se cuecen habas”, etc. Sí, definitivamente estar al lado de cierto tipo de personas nos provoca malestar, cólera, mal humor, depresión y hasta llegamos a pensar que la falla está en nosotros, pues muchas veces nos preguntamos si no somos nosotros los responsables de que esa persona difícil sea tan fastidiosa.
Me refiero a esas personas con las que la mayor parte de gente tiene problemas en el trato, personas amargadas, frustradas por, sabe Dios qué razón, enojadas consigo mismas y con el mundo y que además contagian su “mala onda” (energía negativa) a quienes les rodean. ¿De quiénes se trata? Pues del “rajón”, del “desubicado”, del “cotorro” que siempre mete “las cuatro” porque no sabe callarse las cosas, del “mal agüero” malintencionado aprendiz de adivinador, del aguafiestas, del chismoso, del “venenoso” de lengua viperina (como la de la serpiente), del burlón que a todos pone apodos crueles, del “insultador”, del indeciso, del “discutidor” que espera a que digas algo para decir ¡no!, del “chupamedias””arrastrado”, del perfeccionista, del “genio” que lo sabe todo, del autoritario nacido para someter a los demás, etc.
Desde luego cada uno de nosotros tiene algo de lo mencionado, pero hay quienes construyen su vida en torno a estas formas de ser, es decir, su perfil psicológico coincide con las características de uno o más de los tipos mencionados y ser un ser humano normal es para estas personas una rara excepción y nada más.
Claro que siempre surge la pregunta: ¿Por qué estas personas son así? Los motivos siempre tienen que ver con la falta de confianza en sí mismos, con baja autoestima, con complejos no superados, con incapacidad para tolerar las frustraciones, y se sienten tan poca cosa que no encuentran mejor alivio que lastimar a los demás para empequeñecerlos y así sentirse “a la altura”, es decir, hacen infelices a los demás porque ellos son infelices.
Qué debemos hacer
La respuesta es sencilla: No hay que consentir el maltrato.
Lamentablemente, estas personas difíciles se nos “cuelgan” porque nosotros de alguna forma se los permitimos, ¡sí señor! de manera que lo peor que podemos hacer en adelante es quedarnos “en el molde”, sin hacer nada, con los brazos cruzados. Debemos defender nuestra dignidad, nuestra autoestima, no debemos permitir que se nos humille, insulte, degrade ¡no señor! Pues las situaciones que se generen pueden hasta enfermarnos no sólo psíquicamente sino también físicamente.
Debemos responder pero siempre tomando en cuenta la gravedad de la situación y cuánto estamos “enganchados” nosotros mismos con la persona en cuestión, sin saltar cual león enjaulado, sin gritar, insultar o romper cosas, pues empeoraríamos todo; hay que responder en el momento y de la forma adecuados: pensando lo que se va a decir o hacer y si las palabras y acciones a realizar serán las mejores, elegiremos tomarnos unos segundos para procesar nuestra respuesta mientras los “humos” bajan un poco y recuperamos, ambas partes, un poco de tranquilidad. Utilicemos siempre expresiones claras y directas, sin rodeos ni justificaciones (para esto también nos tomamos los segundos arriba mencionados), es decir, hable y actúe con seguridad, racionalmente. No caiga en la trampa de reaccionar impulsivamente y decir y hacer cosas de las que después se arrepentirá.
Desde luego, no todas las personas difíciles son iguales, hay quienes están a mayor nivel o gozan de mayor poder o autoridad que uno como pueden ser los jefes, los padres, tíos, familiares mayores y que aprovechan su posición para vapulearnos. En estos casos la respuesta más inteligente será no responder y esperar para “agarrarlo” de buen humor y acercarnos a decirle lo mal que estuvo lo que nos hizo y lo decepcionados que nos sentimos porque nos demostró ser alguien que aprovechando su posición de ventaja ha herido nuestros sentimientos (claro, Ud. elegirá las palabras que desee para expresar la idea). De esta forma vamos a conseguir que esa persona lo piense dos veces antes de intentar maltratarnos una próxima vez.
En el caso que se trate de alguien que es nuestro igual, es decir, un compañero de trabajo, un amigo, un hermano, la pareja, entonces sí, hay que “pararle en seco”, sin desesperarse, sin ofender, sin herir; con coraje, con habilidad, con firmeza. Calmadamente le invitaremos a que nos diga cuál es su problema con nosotros, qué gana haciéndonos sentir mal (porque esa persona sabe lo que nos hace sentir), y le invitaremos a llegar a un acuerdo de no-maltrato si es que desea seguir vinculado a nosotros. De esta forma nos desharemos de quienes no nos valoran (pues nos usan sólo para aguantar sus maltratos) y ganaremos el respeto y consideración de los que sí nos aprecian lo suficiente como para tratarnos tal cual lo merecemos, es decir, como quisieran que los traten a ellos.
Recuerde, no hay nada en este mundo que justifique aguantar el maltrato, nadie tiene la culpa de lo que otros hacen pues cada quien toma sus propias decisiones y no es de valientes responsabilizar a otros de frustraciones y acciones propias, mucho menos si esos otros están en desventaja y sólo se les hace “pagar pato”.

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