miércoles, 21 de enero de 2009

DISUACIDIOS

Mg.Carmen Consuelo Jaramillo Carrión
Psicóloga clínica – Universidad John F. Kennedy. Buenos Aires, Argentina.


El enfrentar la idea de la muerte, ese algo desconocido, oscuro, es un acto que al ser humano le estremece, le causa inquietud, le aterroriza. Aún quienes afirman haber aceptado la idea de la muerte o no temerle, para llegar a este punto debieron haber transitado los tortuosos caminos que les llevaron a aceptar, finalmente, que todo lo que una vez tuvo vida deberá al final de su ciclo vital, perderla.
En los casos de enfermedades terminales, quienes las padecen tienen poco o mucho tiempo y deseos de examinar cómo fue todo aquello que vivieron y que no podrá repetirse y, de ellos, en quienes se aferren a esta vida, surgirá la intención de una “mejor calidad de vida” que traerá consigo un cambio profundo en la concepción de mundo, persona y espiritualidad que tenían; en este proceso jugarán papeles importantes el apoyo familiar, las creencias y el establecimiento de objetivos a corto, mediano y/o largo plazo. Y la muerte ya no los sorprenderá en un estado de desesperación, es más, puede que tarde más de lo esperado.
Pero, ¿Qué pasa si una persona siente que la única forma que tiene de librarse de todos sus sufrimientos no se encuentra en el libreto escrito para sí en este lado del muro?
Pues bien, el tema que nos trae a este espacio no es exactamente la idea de aceptación de nuestra propia muerte (que no es poco), sino el por qué la persona que decide suicidarse no encuentra otra solución a lo que le ocurre en esta vida y decide que lo mejor es morir.
Desde tiempos antiguos la visión y actitud social frente al suicidio han cambiado. Hasta dependía de en qué latitud terrestre se llevaba a cabo, no era lo mismo en un lugar que en otro. Para muchos, jurídicamente, el suicidio es considerado un derecho.
La religión Católica también tiene un espacio para el suicidio y nos dice que todo aquel que lo comete será condenado, pues nadie tiene derecho a despojarse de lo que Dios le ha dado.
Se entiende por suicidio a la acción de quitarse la vida de forma voluntaria, es decir, el agente y la víctima son la misma persona, además, el acto es consumado con plena conciencia de causa: la víctima sabe que la consecuencia de su conducta debería ser su propia muerte. Existen varios tipos de suicidio, sin embargo, lo que nos interesa es qué factores pueden ocasionarlo y cómo prevenir acciones de autoeliminación.
La depresión, unida a la dependencia emocional, agotamiento físico y psíquico, sentimientos de culpa, necesidad de castigo, pobre valoración de sí mismo y una importante cuota de auto agresión, suelen ser de las causas más frecuentes para llevar a cabo una acción suicida, aquellas pueden surgir de un profundo sentimiento de inadaptación social, de impulsos agresivos que se tornan en contra del sujeto, de continuas frustraciones que debilitan al Yo, de sentimientos de impotencia al perder algo o a alguien amado, llegando a considerar al suicidio como el único medio para recuperarlo (duelo patológico), y se constituyen motivaciones del comportamiento suicida, el mismo que puede obedecer a un intento por cambiar las actitudes o sentimientos de otras personas en cuyo caso se consideraría al comportamiento suicida como medio de influencia, o pueden apuntar a la autoeliminación real. Cuando el suicidio se utiliza como medio de influencia, la persona no busca realmente eliminarse, sus amenazas apuntan a castigar al otro, testigo del sufrimiento de la víctima. Sin embargo, cuando el objetivo es la autoeliminación, el advenimiento de la acción suicida no siempre es advertido por el entorno. Al menos concientemente.
Ahora bien, en nuestra sociedad la tasa de suicidios aumenta cada día y nos encontramos descubriendo impulsos suicidas en quienes menos lo esperamos.
Debemos hacer las distinciones pertinentes. A muchos de nosotros se nos ha cruzado en algún momento por nuestra mente la idea de que las cosas estarían mejor si no estuviéramos en este mundo, pero ¿intentamos auto eliminarnos? Esta sola idea nos espanta y nos hace renunciar a lo que pensamos anteriormente; vienen a nuestros pensamientos las caras y comentarios de nuestros familiares, amigos, vecinos y la idea de no estar aquí se nos torna ridícula, por que además ¡tenemos tantos planes! Esto nos ocurre a los neuróticos que de vez en cuando tenemos alguna reacción depresiva: lloramos, chillamos, pataleamos, incluso compartimos nuestras penas con quien nos preste la oreja y/o arrastramos nuestra alma, víctimas del dolor cuando las cosas no salen como queremos y estamos en medio de líos que nosotros mismos nos hemos buscado, y nos preguntamos ¿quién podrá salvarnos?
Sin embargo, están quienes no funcionan así, las personas para las que la vida ha perdido su sentido. No tienen por qué luchar, no hay amor que les baste, nada es suficiente, no encuentran solución posible a lo que les ocurre, no existe un mañana, no tienen planes, ¡su existencia está de antemano acabada! Experimentan una horrible sensación de vacío interior que no puede ser reducido de forma alguna, y allí, en ese dolor, hace su nido un sentimiento de autodestrucción que crece día a día, a veces disfrazado de alegría, otras veces sólo de cierta tristeza, pero difícilmente será pública esta muerte espiritual del que va por allí esperando y/o buscando el momento y circunstancia propicios para dejar este mundo y no seguir sufriendo. Para las personas que tiene esta vivencia, el suicidio sí es una solución, están imposibilitadas de levantar su mirada y percatarse de que no todo es blanco o negro, de que existen opciones aún en las peores situaciones.
Las manifestaciones de personas realmente melancólicas no son fáciles de leer ni siquiera para los profesionales de la salud. Es importante y necesario tener especial cuidado cuando nos encontramos frente a personas en las que sospechamos presencia de sentimientos suicidas.
Me permito proponer algunas sugerencias para personas que se encuentran pasando por situaciones depresivas, sea cual fuera su naturaleza:



  1. Acercarse a pedir ayuda, sea a un Centro de Salud, Posta Médica, Consultorio Psicológico o a un profesional psicólogo en forma particular.

  2. Si está tomando medicamentos, se siente mucho mejor y desea dejarlo, consultar al profesional de la salud que se lo prescribió para que lo autorice.

  3. Tomar en cuenta seriamente los consejos del profesional psicólogo que lo atiende.

  4. Buscar ocuparse en actividades de su agrado como complemento de su terapia psiquiátrica y/o psicológica.

  5. Valorar la compañía de familiares y amigos y confiar en ellos.

  6. Darle importancia a la vida espiritual y al crecimiento personal.

  7. Participar en talleres, charlas y actividades grupales que se refieran a temas de su interés para cultivar nuevas amistades.


Pero sobre todo, trace un objetivo en su vida a corto plazo, otro a mediano plazo y finalmente un tercer objetivo a largo plazo. No olvide pedir ayuda. El error es no hacerlo.

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